miércoles, 3 de junio de 2009

velar


En esa piel sensible, piel de no-verano, piel que se deshace en la caricia mas vertical, sucumbiendo en el beso de los dedos, en la equidad del contacto.


Mi vejez, que dejó calva mi amargura, y ahora solo soy paciencia, y espera, por ver caer la última cana, que no cae jamás, y me deja solo, impostergable.


En ocasiones me buscan, me encuentran las rodillas, y me alaban, me elevan, para ver sus almas, mutarse en calor.


Y a veces giro, y recorro, y otras soy el punto de la línea.


Frecuento los rojos y los negros, y los rosas despiadados, y me dopan sus olores de sexo premeditado, profetizado.


Los santos transpiran a mi sombra, o se encandilan con el ruido, de su voz guía, tobogán celestial o del eco de la madera que cuelga entre sus senos.


Solía ser como el sol para las plantas, la uña del dedo, o la moneda para la ambición, susurraba en sus oídos mi memoria centenaria, y los gritos a las venas. Seducía al iris, inventaba sus demonios y vomitaba en sus manos la habilidad del leñador.



Ahora siento la raíz fracturándome la piel, y soy como el agua estancada, advierto los venires y no temo por el siglo, rechazo mis reflejos y no uso los desusos que se usan, que se cursan y se asan en sus burdas ignorancias, y al morir en el apagón, en el fin de la canción, nadie lo va a notar.