lunes, 15 de diciembre de 2008

Olga Zubarry



Por Lisandro Ruiz Díaz –
Hace unos meses nos decían que una extraña y gigantesca máquina, el Gran Colisionador de Hadrones, pondría en riesgo la continuidad de la vida humana solo para poder recrear y así conocer más a fondo la teoría del Big Bang. El estallido nunca sucedió, y las vidas continuaron su curso. De todas maneras, anoche en la sala del Centro Cultural Municipal, a las diez de la noche (puntualidad peruana) se pudo recrear una especie de explosión, que si bien no dio inicio a la vida, la vigorizó bastante.
Se abre el telón. En un rincón, sobre un parlante, hay un peluche con la cabeza del hombre araña. En el medio del escenario, una caja de cartón en la que fácilmente entraría una persona. Un poco más atrás, un gran barril metálico con una inscripción: “Desechos de Chernobyl”. Hay cuatro músicos en escena, esperando comenzar. ¿Los Olga Zubarry no eran cinco? De pronto, esa gran caja de cartón se abre y de ella se asoma alguien, o algo, con un casco de astronauta al mejor estilo Starship Troopers y una jaula en la mano, que encierra una muñeca en su interior. Se acerca al borde del tablado y deja la jaula ahí, para después quitarse el casco y dejar en claro (por si alguien todavía no se había dado cuenta) que ese era el integrante que faltaba.
Olga Zubarry dio un show original, bizarro y absurdo, como pocas veces se ha visto en una banda local. Sus músicos danzaron y tocaron en un trance hipnótico, entre canciones de rock progresivo y experimental. Su primer single, “La Máquina de Luz”, es un tema ardiente, digno de una banda con futuro o por lo menos con ganas de futuro. Las andanzas del cantante Luis “Tutti” Meinberg, que desaparecía de escena por momentos para regresar con un lampazo o unas clavas de malabarismo que usó para integrarse a la batería de Juan Prouvost, virtuoso percusionista del grupo, convirtieron a un recital de rock en una especie de espectáculo circense donde el surrealismo es el número central.
El repertorio no fue estándar tampoco. Temas propios de un rock muy evolucionado, covers de The Beatles, White Stripes y bandas sonoras de películas de zombies. Todo con el sello de impaciencia y adrenalina del conjunto. Solos y riffs penetrantes (obra de los dos guitarristas Fabricio Gretter y Alejandro Balestro), una prolija pero inconstante percusión, el intrépido bajo de Gabriel Bocchio, sumado a la voz del carismático “Tuti” Meinberg.
“¿Otra qué?” respondía el vocalista del grupo, al pedido de un bis. Se iba la fuerza y el vuelo descendía. Para volver arriba, al cielo de los estallidos, habrá que esperar al próximo show (no recital) de Olga Zubarry.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bueno brother!
Te felicito, porque yo escuché La Máquina de Luz, y no sé si te lo dije, pero me gustó, I Liked it(?)

Van a triunfar, van a dar conciertos en Moscú y yo los voy a ir a ver (?)